La reforma del currículo: una oportunidad para impulsar la verdadera innovación educativa
En los últimos tiempos, el cambio del currículo escolar ha dado mucho que hablar en los círculos educativos. Está claro que se trata de una oportunidad única para adaptar nuestro modelo educativo a las características de la sociedad actual. Sin embargo, como cualquier reforma sustancial, también despierta miedos lógicos y reticencias naturales, que es preciso tener en cuenta si queremos que la reforma se lleve a la práctica y no se quede en lo burocrático, en un simple cambio de formato.
Se ha definido la nueva propuesta como competencial, en oposición al enfoque basado en contenidos. Sin embargo, en mi opinión esta es una falsa dicotomía que causa rechazo y polarización entre la comunidad educativa. Trayéndolo al ámbito de las ciencias naturales, que es el que mejor conozco y en el que desde Escuelab Innovación Educativa llevamos años trabajando, es indiscutible que es necesario afianzar unos conceptos de base que permitan la creación de significados compartidos entre docentes y alumnado y, por tanto, la construcción de nuevo conocimiento. Sin embargo, el currículo que actualmente se aplica en el aula entra en detalles excesivos que complican el que estos conocimientos básicos se trabajen de forma aplicada y se pongan en relación con la realidad cotidiana de los estudiantes.
Un enfoque más abierto permitiría lograr un equilibrio entre dicha adquisición de conocimientos y de competencias. Tradicionalmente se han catalogado las ciencias como asignaturas difíciles, al alcance solo de unos pocos y desligadas del día a día de los escolares. Sin embargo, como defendemos desde Escuelab, la ciencia no solo debería ser parte de lo que entendemos como “cultura general”, sino que se trata de un vehículo muy potente para desarrollar herramientas y habilidades como el pensamiento crítico, el trabajo en equipo, la gestión de la frustración y la integración del error como parte del aprendizaje. Al fin y al cabo, por las aulas de hoy pasan los ciudadanos y ciudadanas del mañana, y como sociedad nos interesa que sean capaces de pensar por sí mismos y que se preocupen de aportar, cada uno desde su ámbito, para construir un futuro mejor para todos.
En este sentido, es esencial descargar de detalles memorísticos el currículo y hacer sitio para la tan defendida como poco practicada por falta de espacio “autonomía docente y de los centros”. Cada centro educativo es un mundo y ninguna propuesta que defienda un único modelo para todos puede acabar siendo efectiva.
Adicionalmente, existe otro aspecto relevante en el que tenemos que ser valientes e innovadores y plantear cambios de calado. ¿Por qué siguen impartiéndose prácticamente las mismas asignaturas generación tras generación? Es más, ¿por qué seguimos compartimentalizando el conocimiento en materias de forma tan rígida? La propuesta de trabajar por ámbitos que hace el currículo no solo no es descabellada, sino que lleva tiempo implementándose con éxito en distintos contextos, como los múltiples centros de primaria que trabajan por proyectos o los institutos de educación secundaria de la Comunidad Valenciana. Yendo incluso más allá, si lo que importan de verdad son las competencias (con unos conocimientos mínimos comunes), ¿por qué no estructuramos el currículo en torno a ellas, en lugar de incorporarlas de forma transversal? Así, cada centro podría decidir exactamente cómo trabajar en cada etapa educativa los conocimientos mínimos y competencias que correspondan, en función de los recursos de los que disponga, de su contexto y de las características del alumnado.
Otro parámetro que indudablemente tendrá que cambiar es cómo evaluamos a los estudiantes. En mi opinión, el currículo soñado debería dejar libertad a los docentes para fijar criterios de evaluación en función del grado de adquisición de las competencias alcanzado. Aquí, el examen tradicional es una herramienta más, pero no la única, dando cabida a otras formas de demostrar el progreso que sean más flexibles, inclusivas y equitativas. Por supuesto, dentro de la autonomía de los centros y el profesorado, deberían priorizarse aquellas prácticas educativas que cuenten con evidencia empírica de su efectividad, tanto a nivel pedagógico como evaluativo, huyendo de “modas” o predicamentos de “gurús” educativos que la mayoría de las veces esconden intereses diversos y no aportan ninguna prueba de su efectividad.
En el contexto de la promoción de la innovación social que se trata en este congreso, es indudable que la educación es una de las herramientas más potentes con las que contamos como sociedad para construir una realidad que consiga equilibrar el éxito económico con la sostenibilidad social y medioambiental, posibilitando que los escolares desarrollen al máximo su potencial sin dejar a nadie atrás. La reforma del currículo supone una oportunidad de oro para avanzar en esta dirección, ¡no dejemos pasar este barco!
Cristina Balbás.
Cofundadora y presidenta de Escuelab